Me sigo enamorando al escuchar tu nombre.
Idolatro las letras que forman tu palabra,
aunque el vocablo ambiguo nombre también a otros.
Ahora que conozco dónde están tus lunares
como vulcanólogo que conoce su Tierra
o su país de origen o el pueblo en que nació,
puedo prever el punto aliviador del magma
que corre por tus venas provocando erupciones.
Ahora que conozco tu brillante colmillo
y la astucia incisiva de su punta afilada,
no necesitaría ser dentista o experta
en flúor, en esmalte o en prótesis dentales,
para hacer que sonrías ante mi seducción.
Ahora que conozco de qué lado te acuestas
y el delicado aliento de tu respiración,
no existe dios pagano, ni pastor sacerdote
con poder suficiente o hábito celestial,
capaz de condenarme o absolverme el pecado
de haberte disfrutado y volverte a desear.